7 de noviembre de 2012

Un día a la vez


Un día a la vez

Hay dos días en cada semana en los que no nos debemos preocupar, dos días que se deben guardar libres de miedo y ansiedad.

Uno de esos días es Ayer. Ayer, con sus equivocaciones y pesares, sus faltas y confusiones, sus dolores y tristezas.

Ayer ha pasado para siempre, fuera de nuestro control; y todo el dinero del mundo no podría cambiar ni una cosa que hayamos hecho, ni podemos borrar una palabra. Ayer ya pasó.

El otro día sobre el que no debemos de preocuparnos es Mañana. Mañana, con sus posibles adversarios, sus problemas, sus promesas grandes y sus pequeños logros.

Mañana volverá a salir el sol, ya sea en esplendor o detrás de una máscara de nubes, pero subirá. Hasta que llegue no tenemos parte en mañana, pues aún no ha nacido.

Y solo queda un día: Hoy.

Cualquier hombre puede pelear la batalla de un solo día. Cuando nos cargamos con esas horripilantes eternidades:

Ayer y Mañana, entonces nos derrumbamos. No es la experiencia de hoy que vuelve locos a los hombres, sino la amarga culpa, algo que sucedió ayer, y el miedo de lo que traerá el mañana.

Por eso, concéntrate en el Hoy, porque depende sólo de ti el hacerlo maravilloso y que no se transforme en un Ayer de dolor; y no permitas que se vea opacado por lo que vendrá en el Mañana, porque nadie tiene la certeza absoluta de lo que va a pasar; pero no por eso hay que tenerle miedo, porque si vivimos el Hoy como más nos gustaría, el Mañana sólo nos traerá más placeres y alegrías por las buenas decisiones que van quedando en el Ayer, pero que en un momento fueron el Hoy que decidiste vivir intensamente.


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