9 de agosto de 2013

La rutina ¿mata?

La rutina ¿mata?

Me levanté. Desayuné. Preparé los apuntes de las clases del día. Almorcé. Le dí de comer a mis perras. Y me estaba duchando cuando me puse a pensar en mi rutina diaria. Sabía que al terminar, volvería a repasar mi mochila. Merendaría frente a la computadora y saldría de casa para ir a la facultad. Clases hasta las 22 horas. Llegar a casa. Cenar. Darle de comer a las perras. Estudiar. Dormir. Levantarse, desayunar, apuntes, etc., etc., etc... Siempre es lo mismo. Siempre a las mismas horas. ¿Por qué no estoy cansada?

Seguro que todos escucharon, o leyeron, por lo menos una vez esa frase que dice que "la rutina es mortal". Creo que, sinceramente, eso sólo es posible si uno no dedicaba su vida a algo que le apasionaba. Y, tal vez, es posible ir más allá, ya que uno puede elegir algo que le gusta, con lo que se siente cómodo o simplemente que hace bien, y no por eso considerar que la rutina puede matarlos.

La clave, a mi parecer, se encuentra en que debemos vivir el hoy con la inocencia que nos permite sorprendernos ante las cosas nuevas; despertarse todos los días sabiendo que es un milagro y una alegría tener un día más para compartir con las personas que queremos haciendo algo que elegimos, sea cual sea el motivo que nos llevo a decidirnos por esa opción y no por otra, porque tenemos la oportunidad; simplemente por eso.

No cerrar los ojos ante las pequeñas cosas; observar todo detalladamente para ver si al día siguiente será igual o ha cambiado; dejarnos maravillar por el brillo del sol, que no es el mismo de ayer ni será el mismo de mañana; admirar el vuelo de un pájaro para sentirnos libres, libres en el espíritu, porque hacemos lo que quisimos hacer siempre, aquello que hemos soñado, o porque estamos haciendo aquello que nos acerca cada vez más a nuestro sueño.

¿Alguna vez se cruzaron por la calle con un niño pequeño y este, simplemente, como si nada, sonrío? Se preguntaron ¿por qué? ¿Sonrieron también? Yo veo el porqué en esa inocencia que no ha perdido todavía, y no podemos evitar devolverle la sonrisa porque, ese pequeño que vimos por primera y - seguramente - última vez, nos da esperanza; esperanza ante la vida diaria que se vuelve rutina y que creemos que nos está consumiendo lentamente. 

Sí, estoy segura de que es solo una creencia. Para mí, la verdadera causa de esa muerte lenta es la costumbre, que no es lo mismo. La rutina es un programa, una organización del día, que hacemos costumbre; pero no toda costumbre es rutina. Y el problema es que nos acostumbramos a ver la rutina como algo obligatorio, cuando en realidad no lo es. Podemos modificarla, agregar o quitar cosas, variarla por muchas razones. Pero también podemos dejar momentos al azar, momentos en que no estemos completamente pendientes de los horarios, momentos en que nos podemos dejar sorprender por la vida.

¿Mi propuesta? Cuando se levanten mañana no piensen en lo que deben hacer, piensen en que momentos se van a dejar llevar por la inocencia que nunca se pierde. Cuando vayan por la calle y vean a un niño, mírenlo a los ojos, él les dará la sonrisa que necesitan para continuar con su día; pero no se olviden de devolvérsela, él también tiene que saber que no se debe perder la esperanza cuando se vea envuelto en la rutina. Cuando salgan de sus casas, o por una ventana, miren el sol, o mejor cierren los ojos, y dejen que la tibieza de sus rayos le llegue al alma. Pero no cierren los ojos ante la alegría que supone el nuevo día. 

Creyentes o no, nadie sabe cuando verá el sol, la sonrisa de un niño o el vuelo de un pájaro por última vez. La clave, la verdadera clave, está en saber disfrutar de todo al máximo posible mientras se pueda; porque el único milagro que todos compartimos es el de estar vivos, y el que no disfruta del milagro de vivir, aunque su corazón lata, ya esta muerto.



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